Sobre el libro Mil hilos: Manifiesto en contra de las imposiciones tediosas, una conversación entre Guillermo Santamarina y Mauricio Marcin
Recientemente la editorial Alias lanzó Mil hilos: Manifiesto en contra de las imposiciones tediosas: una publicación que recoge una larga conversación sostenida entre Guillermo Santamarina —pionero de la práctica curatorial en México y artista— y el curador Mauricio Marcin, mientras realizaban un viaje en carretera desde Morelos hasta Guerrero.
Entre los múltiples temas que se abordan en cada charla, Santamarina habla de su relación con el desarrollo del arte en México desde finales del siglo XX hasta los últimos años —un aspecto profundamente ligado a su vida profesional y personal—, así como de las experiencias que forjaron sus motivaciones e inquietudes artísticas. A su vez, este libro funciona como una compilación de los procesos curatoriales y artísticos de Santamarina, pues no son pocas las ocasiones donde se discuten proyectos específicos; de su proceso e impacto.
Bajo la edición de Maco Sánchez Blanco, quien se encargó de revisar este extenso relato y de presentarlo bajo un formato amigable, con anotaciones que le permiten al lector ponerse en contexto, Mil hilos da cuenta del universo creativo en el que se desenvolvió —y que envolvió— la labor de Santamarina. Si bien él nunca ha ocultado su melomanía y ha hablado en varias ocasiones de los cruces que se dan en su trabajo entre el campo del arte y el de la música, en este libro es posible reconocer la influencia de todos esos imaginarios gestados en México y en otras partes del mundo, que no solo ampliaron su propia perspectiva y comprensión del fenómeno artístico pues, al recordar sus días de trabajo en Yoko Quadrasonic, una tienda de discos muy popular en los años setenta, Santamarina deja claro que esta fascinación era compartida:
Tenía un grupo de amigos en la tienda de discos donde trabajaba, Yoko Quadrasonic, en la calle Miguel Ángel de Quevedo. Estos amigos eran más grandes que yo y habían vivido cosas muy padres en la década de los 60. Mis amigos eran realmente muy mundanos, muy sofisticados, artistas, diseñadores, con una vida muy libre, muy independientes, filósofos, economistas —mi adorada amiga Josefina Morales, poeta y eminente doctora en economía—, escritores, artistas visuales y sobre todo pintores. (…)
En ese tiempo llegaban a Yoko muchas, muchas revistas en las que veíamos cantidad de obra, todo lo que estaba pasando fuera de México. Las revistas llegaban muy a tiempo, las traía una distribuidora mexicana que importaba publicaciones de Estados Unidos y de Europa. México consumía muchas revistas que se vendían hasta en los supermercados. Así que en Yoko éramos muy conocedores, muy aferrados, además teníamos crédito con la distribuidora y nosotros mismos ordenábamos las que queríamos, todo: las de moda, el Vogue francés, de cine, de literatura, de política, el New Yorker (…) Ahí veíamos cosas que raramente se podían ver en los museos que frecuentábamos. [1]
Considero importante esta cita de Guillermo Santamarina respecto a su contacto con las escenas del arte internacional y sus propuestas porque, muy a pesar de las perspectivas basadas en el binomio alta y baja cultura, muestra cuán interconectada estaba la producción artística con otras dinámicas y campos de conocimiento en la segunda mitad del siglo XX, de tal manera que, si quisiéramos entender lo que sucedió en esa época —o en cualquier otra— tendríamos que tener un enfoque más amplio, que pudiera captar toda la imagen que estructuran esas conexiones.
Ante ello, es pertinente señalar que una duda acompaña a Guillermo y Mauricio en su viaje, en la parte trasera del carro y de la memoria: ¿Qué importancia guardan todos esos relatos personales y cómo se vinculan un campo como el del arte contemporáneo en México, compuesto por un sinnúmero de discursos oficiales y alternativos que se construyen de manera colectiva? ¿Es permisible —o posible— hacer esa labor de abstracción personal de lo profesional?
En ese sentido, el relato que Santamarina teje en cada página de Mil hilos perfila el desarrollo de la historia del arte contemporáneo en México no como una sucesión perfecta de eventos, o de un diálogo endogámico con plena claridad del rumbo hacia el que marchan los agentes involucrados, sino de un perpetuo ir y venir de preguntas y de búsquedas; a veces personales y delimitadas por el propio territorio, a veces escondidas en otras latitudes.
Aunque el flujo de ideas y perspectivas a nivel colectivo, donde las perspectivas individuales se diluyen, es casi un lugar común para hablar de cómo se generan las escenas artísticas, no quisiera perder de vista esa idea porque este libro se inserta en una suerte de contradicción con esa misma dinámica: sin ser una biografía en un sentido estricto, la publicación brinda información interesante sobre la vida de Guillermo Santamarina, así como de su sentir y sus convicciones personales sobre asuntos tan complejos como mundanos, pero al mismo tiempo cada una de sus palabras puede leerse como una referencia histórica valiosa para comprender el panorama artístico que se ha ido construyendo y en el que él estuvo inserto, develando una crítica —ya a la distancia— sobre todo lo ocurrido. No es una biografía, pero tampoco aminora la historia personal; no es un libro de historia del arte mexicano de los noventa, pero la memoria oral que Santamarina elabora en su conversación con Marcin nos ayuda a recuperar algunos datos necesarios para entender la imagen completa, quizás descartados en las revisiones académicas más exhaustivas por el simple hecho de que sus metodologías no pueden contenerlos.
Al mencionar una contradicción presente en Mil hilos, o una “doble naturaleza”, no lo hago en un sentido peyorativo. Por el contrario, es ahí donde este libro perfila su relevancia, ya que abre un abanico de posibilidades para pensar distintas maneras de narrar los acontecimientos ligados al campo del arte, sin “aniquilar” a los individuos que conforman su devenir ni esas particularidades que definen su hacer. En el caso de Guillermo Santamarina, su práctica atiende al presente, a lo que eventualmente se podría volver significativo para alguien más que no lo vivió, pero que importa en la medida en la que se aterriza en su actualidad y construye algo para su propio tiempo, y es una actitud que lo acompañó siempre: desde su renunecia a tomar fotos durante su estancia en Holanda entre 1978 y 1979 hasta su escaso interés en construir un archivo personal.
Respecto a esa postura, menciona lo siguiente:
La historia, oral o escrita, se va transmitiendo de persona a persona, pero siempre es inexacta, por subjetiva, es obtusa. Quien no lo vivió, quien no estuvo ahí, pues puede saber algo sobre el tema a partir de la crónica, pero la autenticidad y la permanencia a partir de una idea inexacta de lo que fue un momento específico, de lo que dicen que fue, no me es suficiente. Me satisface como ficción, en otra dimensión mítica, fantástica, en otro presente.[2]
Con todo esto en consideración, es posible decir que los recuerdos de Guillermo Santamarina contenidos en Mil hilospermiten remendar las inexactitudes de una historia de la que todavía “queda mucha tela por cortar”; de una historia tejida donde, si bien algunas tramas han sido más revisadas que otras, no pueden entenderse sin las demás, aquellas que todavía quedan por estudiar. No hay que olvidar que este libro no es estrictamente una biografía: es la historia de una vida en relación a otras. Este libro no es la historia de una generación: es la historia de una amalgama de generaciones.
[1] Guillermo Santamarina y Mauricio Marcin, Mil hilos: Manifiesto en contra de las imposiciones tediosas. Alias Editorial, 2023, pág 38.
[2] Guillermo Santamarina y Mauricio Marcin, Mil hilos: Manifiesto en contra de las imposiciones tediosas, p.109.
Manuel Guerrero: Es maestro en Historia del Arte y licenciado en Artes Visuales por la UNAM. Ha participado en más de quince exposiciones colectivas y encuentros de arte sonoro en México, Reino Unido, Japón y España. A la par de su trabajo plástico, escribe para varias publicaciones dedicadas a la reseña y crítica de arte, además de impartir cursos sobre temas afines a sus líneas de investigación, como el arte sonoro, las relaciones entre arte y capitalismo y la historia de la crítica. Dentro de su labor en la difusión del arte, ha participado en mesas de debate organizadas por instituciones como el Centro Cultural de España en México, ferias de arte como TRÁMITE, o la Escuela de Artes de la Universidad de El Salvador. Fue jefe de redacción en Revista Código.